Ni los televisores de plasma ni las reglas no escritas del buen gusto del interiorismo pudieron con ella. La flamenca que ha sido insignia del typical spanish durante décadas y décadas se ve estos días obligada a decir adiós, a colgar su bata de cola, quitarse la peineta, cerrar el abanico y taconear por última vez. Y es algo que, aunque los españoles que hemos crecido viéndola en las casas de nuestros abuelos o en fotografías en color sepia sin comprender su razón de ser, nos ha caído como un jarro de agua fría.
Hace tiempo que la flamenca, oriunda de Chiclana, estaba popularmente de capa caída. El emblema de Muñecas Marín, o Marindolls, llegó a los años 2000 con el estigma de lo kitsch español, junto al toro abanderillado y las piezas de ganchillo para proteger los rollos de papel higiénico… Pero la flamenca sobrevivió a la Guerra Civil, la crisis económica de los años 70, la Transición y las tendencias varias sociales, culturales y estéticas de los años sucesivos. Y con el anuncio de su desaparición, azotada por la imposibilidad de remontar el batacazo en el mercado, nos topamos hoy con otra de esas situaciones de injusticia histórica que llega con el homenaje póstumo que ocurre con tantos y tantos personajes.
La flamenca que ha formado parte de tantos hogares y propiciado tantas anécdotas en el haber popular, puede convertirse a partir de ahora en reliquia codiciada teniéndolo todo para ser reconocida como una auténtica influencer. Defendiendo un estilo propio se abrió paso en una sociedad en la que los referentes nacionales significaban mucho más que eso y se mantuvo firme y sonriente en estanterías, televisores y centros de mesa y ha viajado por el mundo como souvenir de la España profunda. Ha vestido de todos los colores y mantenido su mantilla intacta. Se apaga, pero no su sonrisa ni el ímpetu positivo y alegre que contagia su contorsionismo… Es el momento de abrirle la puerta de la #Influpedia.
Y es que más allá de los clichés y los complejos, lo cierto es que la flamenca supuso un antes y un después en la década de los 30 en España. Dando un salto que parece abismal e incomprensible hoy, en el contexto de su nacimiento, la muñeca dibujó la figura de la mujer vital, alegre, dinámica y referente dentro y fuera. Con los años se convirtió en antagonista, la cara B de lo bonito… pero el caso es que a nadie le resulta indiferente, deja huella. Pasó de ser reclamo a graciosa y de graciosa a “mátame camión”.
Muy bien, se va y pegando portazo. En España lo sabemos, pero seguramente danzará inconsciente en lugares lejanos y fríos y muchos hijos y nietos de aquella época dorada en que fue alguien comenzarán a buscar aquel ejemplar que enterraron en algún baúl de los olvidos para hacer negocio o saberse dueños de una pieza de museo, una muñeca que de repente combina a la perfección con un salón de contrastes, que es la moda.
De pronto la flamenca entra en ese mundo de lo irónico en que entran aquellas personas, ideas, empresas o productos a los que le damos más valor en su ausencia. En ese limbo en que se reúnen seres y cosas que recordamos con añoranza, creyéndonos que de tenerlos de nuevo les trataríamos con más calor. Pero no, no es verdad. Para ser anécdota mejor convertirse en mito.
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