Una niña repelente, que lo pregunta todo y pone la puntilla. No especialmente agraciada, tan cabezota como cabezona, probablemente bifia, probablemente propensa al sobrepeso, probablemente la delegada de clase en el cole y a la que harían algunas novatadas al llegar a la facultad, defendiendo causas justas y buenas para un mundo que no es lo uno ni lo otro.
Pero qué más da, es Mafalda y nos da igual cómo sería su futuro o cómo sería ella misma en su versión humana en cualquiera de las décadas por las que ha pasado. Sus verdades son universales y atemporales y ella es una niña eterna con la que todo adulto se identifica y quiere caminar. Esa parte de la conciencia que por osada e inocente es realista y contundente. La que nos hace pensar, ponernos los pies en la tierra, darnos de cabezazos contra la pared y saber qué contestar al listo de turno cuando hace falta.
Mucha niña, Mafalda, sí, de 50 años concretamente. El 29 de septiembre de 2014 se cumplió el medio siglo de su existencia, de su primera publicación. Y seguimos hablando de ella, con ella y por ella como si el tiempo no hubiera pasado. Nació como en 1963 para dar vida a una corta tira cómica para la venta de un electrodoméstico. El proyecto no se materializó y Quino, su creador, la sacó del cajón un año después para darle un espacio principal entre sus obras. Había que dotar a Mafalda de personalidad inconformista, de padre, madre, hermano, amigos y vida. De voz en forma de bocadillos y de reflexiones implacables como inesperados hielos por la espalda para sus fieles lectores.
Mafalda es nuestra influencer de la semana porque cumple años pero también porque siendo chiquita no tiene pelos en la lengua, defiende su forma de ver el mundo, se le escucha, se le aplaude, se le sigue. Porque es hija, hermana y amiga y porque cualquiera se identifica con ella y sus luchas interiores. Porque se enfada sin complejos y porque odia la sopa. Sí, por eso también, porque todos tenemos una sopa que aborrecemos y no siempre nos atrevemos a decirlo en alto pero con Mafalda cerca se nos hace menos amargo el trago. ¿Quién no quisiera ser Manolito, Susanita, Felipe, Libertad o Miguelito en algún momento del día? ¿Quién no querría ser Mafalda?
Nos contó muchas cosas, muchísimas. Es imposible rescatarlas todas y, además, ¿para qué pretenderlo? Nos quedamos con unas pocas que bien podríamos aplicárnoslas cada día para bajar los humos y los egos: “Lo urgente no deja tiempo para lo importante” y…
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