Polo de rayas o camisa de cuadros con rebequita de rombos, pantalón de tiro alto -pero alto, alto- con tirantes de colores, gafas de pasta grandes, enormes, zapato de cordones y calcetín de color (blanco, sí). Desde la perspectiva estética no es que Steve Urkel parece que fuera a triunfar con un ego-fashion-blog -¡Aunque cosas más raras se han visto! Y alguno de sus complementos en manos de un buen hipster lograrían formar parte de un total look de los buenos. Nos llevamos a Urkel a nuestra #influpedia por muchas muchas cosas.
Podrían decirse muchas cosas de este personaje: un vecino plasta, una voz aflatuada desquiciante, un patoso sin remedio, un bocachancla empedernido… Y también, un ser sin malicia, un corazón puro, un amigo fiel… En, efectivamente, un personaje. Adornado de tantos detalles y generador de tantas inverosímiles historias que solo puede ser de ficción ¡Aunque -otra vez- cosas más raras se han visto!
Nos gusta Steve Urkel porque todos en algún momento hemos deseado matarle y a la vez estar en su lugar en infinitos capítulos de Cosas de Casa, una serie que marcó una generación, la ochentera. Aquellos que comíamos con la serie (en algún momento de 1989 a 1998), justo antes del Príncipe de Bel Air y de que llegara la hora para volver al colegio, tuvimos gracias a la serie nuestra primera toma de contacto con una serie de correlaciones conceptuales básicas para la madurez futura: policía-donuts, gafas de pasta con celo en el puente-friki, mujer negra-movimiento de cuello a modo de muelle, oír: “¿He sido yo?”-¡Echa a correr!
Steve Urkel representa a un perdedor entrañable. A ese amigo al que no dejas de achuchar y en quien no paras de apoyarte pero que cuando trata de besarte le haces la cobra. A ese tipo de persona que es imprescindible tener en tu vida pero no todo el rato. Ese… ¡En fin! Una retahíla de definiciones realmente lamentables pero ciertas y con las que todos, absolutamente todos, nos hemos identificado en algún momento.
Y precisamente por eso tomamos a Steve Urkel como referente porque cualquiera puede ser un patito feo pero no todo el mundo está dotado del don de la paciencia, el carisma, la persistencia y la fidelidad a la propia personalidad y forma de ver la vida.
Nos encanta porque es un torpe muy inteligente, un feo con encanto, un desastre con personalidad, un arruina proyectos pero creativo… Es decir, que nos encanta porque ejemplifica que de nuestros contrastes contrastes, de nuestros opuestos internos, siempre florece algo bueno, especialmente para quien nos rodean y porque aunque en algún momento alguien te quiera perder de vista, siempre llegará un momento en que esa persona se pare y se pregunte qué harías, dirías o pensarías tú para salir de una situación que le tenga bloqueado.
Es muestra de que cualquiera, por insulso que resulte a su mundo conocido, puede ser un referente ahí fuera. Cualquiera con su batín y zapatillas de estar por casa de cuadros, el pelo de cualquier manera y las gafas de repuesto plantadas frente a un ordenador tirado en un sofá puede ser un líder de opinión online. Con preocupaciones y problemas como todo el mundo, con errores a sus espaldas, presentes y futuros, correspondido o no en el amor, acertado o no en su modo de pensar, vestir o caminar… Cualquiera, personas en definitiva, podemos ser alguien. Y ese día llega.
Para muestra, un botón:
¿Quién diría que NO a quién ahora?
Sí, sí: “¿Que tiene un blog?, esa chica siempre ha sido una flipada”, “¿Un ‘tuitstar’? Pero si ese muchacho era un orco sin sal”, “Y mi vecina dice que gana dinero subiendo fotos a Instagram. No se lo cree ni ella”, “Ese chico siempre ha sido un friki de los videojuegos, ¡una calamidad!”…
¡Ay, personas de poca fe! No saben que uno puede ser lo que se proponga ser y que el “quién te ha visto y quién te ve” funciona. Llega un día en que ese “¿He sido yo?”, con miedo y duda, con la esperanza desesperada que te trague la tierra, se convierte en un “¡He sido yo”, orgulloso y fuerte.