Aquellos que empezamos a peinar canas sabemos quién es este tipo. Ese hombre que nos hizo entender de un plumazo qué significa que más vale maña que fuerza, que la confianza en uno mismo te hace incluso atractivo y que puedes permitirte el lujo de ser un ciudadano más, aunque en realidad sepas que podrías dominar el mundo con un simple clip. Es decir, MacGyber significa una mezcla equilibrada de talento y esfuerzo, serenidad e inquietud y aprecio por lo más pequeño para lograr cosas grandes. Por no hablar de la moralina subliminal de cada capítulo que nos tenía enganchados a la televisión a los taitañeros: humildad, superación, empatía, bondad y un puntito de prepotencia serena.
Bien, ¿quién representa todo esto en nuestras vidas? ¿una serie de televisión? ¿un personaje de ficción? Después de algunas reuniones hasta altas horas de la mañana de equipo, ese tipo de citas en que todo tiene sentido aunque no lo tenga, llegamos a la conclusión de que MacGyver es una suma de personajes encajados en un solo ser de forma imposible. Sin lugar a dudas, el guionista se inspiró en padres y madres. Le dio forma de varón, sí. Pero, reconozcámoslo, esa miradita, esa caidita de flequillo, esa dulzura al hablar y manipular objetos y situaciones… Si MacGyver va de equilibrios, también lo tiene entre lo masculino y lo femenino. Un toque de Coronel Tapioca y chupa de entre Dylan y Denny Zuko y el tinte de pelo, la dulzura y la frialdad oportuna de Farrah Fawcett en Los Ángeles de Charlie y… ¡Voilà!
¿Quién hace que parezcan fáciles los imposibles? Los padres. ¿Quiénes nos enseñan a simplificar, ser prácticos, ser sensibles pero a distanciarnos de las emociones, demuestran humanidad pero dureza, son seguros pero cometen errores, nos inspiran para llegar a parecernos algún día…? Los padres. ¿Quién encuentra lo que buscas, convierte en un chasquido ropa sucia en limpia y planchada; alimentos en manjares; supervivencia en tuppers? Los padres.
MacGyver es ese personaje necesario en la adolescencia y en recuerdo en la madurez al que todos querríamos parecernos, especialmente cuando desearías que la tierra te tragara y te escupiera en Punta Cana. No somos invencibles y lo sabemos, pero confiar a veces en que lo somos es lo que nos ayuda a hacer locuras, a crear, a compartir, a enamorarnos, a contestar al jefe, a pedir una hoja de reclamaciones, a montar un mueble de Ikea y a tontear con la papiroflexia. Es ese personaje que recordamos, introducimos en nuestros gags entre colegas y al que asistimos cuando nos hemos dejado las llaves de casa dentro -aunque no funcione la intención-. Nos decimos: “¿Qué haría MacGyver? Pues yo también”. Es un influencer.