Cada poco tiempo se pone de moda esto de que el pasado regrese aporreando la puerta. Corren nuevos casos de personas más o menos mediáticas, de todos los mundos profesionales, por la red y las televisiones, a quienes les persiguen tuits, posts o fotografías que empañan acciones o discursos del presente. Y aunque las interacciones parecen convertir en ocasiones a las redes sociales en jaulas e incluso armas de ataque, el trasfondo es otro y conviene no olvidarlo: nunca antes hubo mayor libertad de expresión ni capacidad para llegar a más gente.
Existen mecanismos para tratar de ‘poner tipex’ sobre episodios del pasado pero la clave está en la palabra ‘tratar’. No significa lograrlo…
Como si de Las Vegas se tratara, debemos asumir que ‘lo que pasa en Twitter se queda en Twitter’, aunque dándole la vuelta de forma radical. Nada de lo que pasa en la red es un secreto y, claro, quien dice Twitter, dice cualquiera de las redes sociales en las que entramos y generamos contenido. Es lo que se llama huella digital.
Podemos acudir a webs, aplicaciones y empresas para hacer desaparecer lo que dijimos, hicimos o fuimos, pero el rastro siempre queda. En las últimas semanas se han borrado miles de tuits en cuentas de usuarios españoles, como se desprende de las pistas que han ido ofreciendo diversas firmas dedicadas la limpieza y mantenimiento de la privacidad de personas físicas y jurídicas. La motivación ha sido la avalancha de críticas y repercusiones por declaraciones y acciones de nuevos y viejos políticos en plena etapa electoral convulsa. Pero nadie, ni incluso apostando por estas empresas, está a salvo de los historiales guardados, los pantallazos y el vasto haber de información acumulada en las redes sociales.
Optar por apps ‘limpiadoras’ acaba saliendo a la luz. Suelen servir de utilidad a cambio de publicar tuits publicitarios sobre el servicio, dejando en evidencia que un usuario ha utilizado la herramienta y, quizá, consiguiendo el efecto contrario al deseado, poner el foco sobre la pista. Y no sólo las redes sociales recuerdan por sí mismas, como almacenes de información en forma de números y letras. También porque están hechas de personas que tienen memoria.
La cuestión es, ¿hay que renegar de lo que hacemos y decimos, de la información que subimos? Es lícito, es humano, tener esa inclinación. Le ha pasado al hombre desde que el mundo es mundo con pensamientos y actos, con decisiones de todo tipo, ¿cómo no iba a ocurrir con un puñado de letras e imágenes inmortalizadas en un muro virtual y permanente? Las redes sociales atrapan la esencia en todos los sentidos. Y si tenemos el poder de que sea la buena, la que proyecte lo que realmente nos beneficie, la que nos haga crecer en la dirección que pretendemos, ¿por qué no aprender a utilizarla y sacarle todo el partido?
Inmersos en la era del Marketing de Influencers, la clave quizá está en dos puntos básicos aplicables a personas y marcas, a usuarios casuales e históricos, a nuevos y veteranos: responsabilidad y capacidad de ser consecuente. Hay que saber qué se dice, por qué se dice, con qué fin y manejar el lenguaje que cada red, temática y comunidad de followers requiere. Y reaccionar en consecuencia con las reacciones, opiniones, críticas y crisis que se deriven.
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