El Ratoncito Pérez es un ser mágico y misterioso que nos acompaña desde que tenemos uso de razón y al que nunca hemos visto ni veremos y que nunca otros verán. Sólo sabemos que existen las pistas de sus actos que siempre llegan durante nuestros sueños. Nos dicen que tiene cuerpo de ratón y lo imaginamos como un animalillo grácil y limpio, con sus botitas y cargado de un saco o maletín donde carga los dientes de medio mundo para llevarlos a un mundo paralelo, al otro lado de las pareces, muy lejos de las cloacas donde viven las indeseables de sus primas lejanas, las ratas.
Nada tiene que ver con ellas y tampoco con ese otro significado de ser “agarrado, duro de bolsillo”. Todo lo contrario, más bien. ¡Quién sabe si con todos nuestros dientes de leche todavía sigue confeccionando los muros de un palacio brillantemente blanco!
El señor Pérez llenó nuestro mundo imaginario de enseñanzas y moralejas y nos vamos olvidando de ellas… ¡No puede ser! ¡Que entre en la Influpedia!
Todo tiene un precio y genera una ilusión
El Ratoncito Pérez es el primer ser que nos dio dinero a cambio de algo. El primer referente de que las cosas propias, genuinas y personales tienen un valor. Comprendimos a partir del contacto con él que todo tiene un precio.
Pero no sólo eso, juega en la misma liga que los Reyes Magos, despertando la ilusión. Con algunas diferencias sustanciales que lo hacen único: viaja solo, sin ayudantes, siempre sabe dónde estás y qué te ha pasado sin tener largas conversaciones en forma de carta con él y te visita varias veces al año durante varios años. Contra todo esto no puede competir nadie.
La recompensa de hacernos mayores
Pronto, tras cambiar nuestros dientes por ese algo especial y personalizado con que nos sorprende el Ratoncito Pérez, llegan nuevos. Unos cuantos más que en principio se las prometen eternos, como nosotros, falsamente. Y con esa pérdida de inocencia, de la blancura de la infancia, comenzamos a morder la vida con fuerza. Olvidamos que entregábamos una parte de nosotros, a veces tras alguna lágrima y gota de sangre, de forma natural o con alguna depurada técnica basada en un golpe seco de pulgar o un tirón con un hilo, y que íbamos a la cama llenos de emoción.
Olvidamos que nos costaba coger el sueño tratando de comprender cómo un animalito podía recorrer miles de kilómetros hasta casa, entrar en ella hasta nuestra habitación, subir hasta nuestra cama, deslizarse bajo nuestra almohada y cambiar nuestro dientecillo por un regalo maravilloso. Una canica, unas golosinas, un pin, una moneda… Por pequeño que fuera, era nuestro tesoro.
El valor de lo que es nuestro
Y el valor de nuestro regalo, aunque hoy nos parezca nimio e irrisorio, era directamente proporcional a la valía de nuestro diente. Es que era nuestro, es que nunca nos habíamos separado de nada que nos perteneciera y es que solo a él se lo dejábamos porque sabíamos que tendría una función lejos, que viviría para siempre sirviendo para algo.
Un día dejan de caérsenos los dientes y dejamos de recibir algo a cambio. El Ratoncito Pérez llega de forma tan misteriosa como se va y tanto como te impactó la explicación de algún adulto de la primera visita, lo hizo su despedida. Nula. Silenciosa. Sin vuelta atrás.
Más allá de la ficción
No recordamos la última vez que se nos cayó un diente ni probablemente qué nos trajo a cambio pero sí la desazón de despedirnos sin preaviso de un aliado. ¿Ya no volverá? ¿Por qué nadie nos advirtió de esto? Solo él podía entender qué es ir mellado y solo él nos consolaba y ayudaba a hacernos presumir de esos pequeños huecos en las encías. Sonreíamos pese a todo.
Crecemos y seguimos olvidando, dejamos de sonreís muchas veces pese a tener dentaduras completas. Solo nos quedan las sensaciones pero hay que rascar fuerte, pararse a recordar con tiempo y paciencia para encontrarnos con lo que fuimos y todavía tenemos dentro.
La tradición dice que el origen del Ratoncito Pérez en España nació con la caída del primer diente de Alfonso XIII, allá por el 1894. La Familia Real pidió a un religioso jesuita, el padre Coloma, que escribiera un cuento para el pequeño. El personaje vivía en una caja de galletas en la Confitería Prats a unos metros del Palacio Real, en el centro de la capital, y hacía visitas nocturnas a los niños, como al príncipe, cuando a estos se les caía un diente.
Posts, tuits, fotos… Bocados de realidad
Dar luz a un pensamiento, dar forma a una pasión, leer sobre lo que nos gusta, escribir, fotografiar, crear compartir contenido propio… Conectar con lo que nos emociona es ser un poco niño. Ir a la cama emocionado por qué quieres contar o qué acabas de subir a la red. Despertar queriendo interactuar, esperando feedback. Estar dispuesto a hacer un hueco en tus redes sociales a propuestas interesantes y nuevas, que van en la línea de tu forma de ser, sentir y vivir. Comprender y demostrar que lo que haces es fruto del esfuerzo y que es parte de tu yo más íntimo…
Aunque no lo creáis o nunca lo hayáis pensado, el Ratoncito Pérez estuvo en el origen de todo esto. Tus dientes tienen un valor. Tus bocados de realidad tienen un precio. Busca tu puerta.