Ahora que ya ha pasado la difícil noche, hablamos de ella. Una señora mayor, rechoncheta y afable, vestida de rojo y blanco y con mejillas rosadas. Así es como se describe a la esposa de Papá Noel, Señora Claus para unos cuantos, Mamá Noel para otros tantos. Se habló -escribió- sobre ella por primera vez en 1889, en el poema Goody Santa Claus, de Katherine Lee Bates. Y así ha venido siendo conocida, con el nombre de Goody, lo que vendría siendo “la mujercica bondad”. ¡Y no es para menos!
En primer lugar, a la abnegada esposa se la inventaron históricamente sobre la marcha. Mientras su esposo pasó de boca en boca y evolucionó desde la leyenda cristiana de Nicolás de Bari (de sacerdote a santo y de ahí el ‘Santa’ de ‘Claus’) al Papá Noel -aquí- de nuestros días, ella ha sido casi una imposición social.
En teoría y en origen, el tal Nicolás bebe de diversas tradiciones (obsequios a los niños en la antigua Roma, la ayuda del sacerdote de Bari a desvalidos e incluso a un grupo de hermanas sin herencia ni marido…). Llegó a llamarse Santa Claus en América por una de esas desviaciones del lenguaje, cuando inmigrantes holandeses y fundadores de la Nueva Ámsterdam, futura Nueva York, llevaron con sigo el mito del que llamaban popularmente Sinterklaas.
La literatura intervino y aunque inicialmente fue representado como un ser enclenque y con forma de elfo, nuevos textos le dieron la vuelta y aproximaron su figura a lo que conocemos hoy, con el diseño de un artista alemán. Esta nueva versión reinterpretó las vestimentas de los obispos de la época y de ahí ese traje rojo y pomposo blanco.
Pues bien, no fue hasta entonces (estamos hablando de siglos de trayectoria) que convino buscarle una esposa, ya despojado de las connotaciones religiosas y convertido en un señor mayor que vive en el Polo Norte (aunque comparte morada simultánea en Laponia sueca, Laponia finlandesa y Groenlandia…) y acompañado por elfos ayudantes y renos voladores. Coca Cola lo terminó de redondear, con una barba hipster ya, una minigafas en la punta de la nariz y una agilidad inusitada dada su envergadura. A tanta ‘locura’ le hacía falta una mujer a la que la sociedad moralista la hizo nacer estéril para justificar el amor y el afán del esposo barbudo por los niños de otras familias.
A ella le dieron el papel de amante esposa, paciente y ama de casa. Siempre haciendo galletas, ayudando a su marido con el calendario, animándole al gran día de largo viaje y esperando en el hogar, manteniéndolo caliente. Mujer de un viajante, quien se pasa el año hablando de un único tema (aunque en este caso al menos no es el fútbol), alimentando y cuidando a unos venados que parecen hablarle y cocinando sin parar, ataviada con los mismos ropajes que identifican a su marido y viviendo en lo alto de unas montañas gélidas durante todo el año sin poder compartir con una triste vecina ni su café ni su verdad para no desvelar la identidad del matrimonio.
Desde luego, el tal Noel no sería padre, pero a la que debería colocarse el Santa es a ella. Hoy queremos regalarle un spa relajante a ella y que por un año, ya pasada Noche Buena y el viaje del galán del traje rojo, se las arregle él solito. ¡Bienvenida a la #Influpedia, Goody!
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