Poco a poco la palabra va sonando familiar: “influencer“. No blogger, no tuitero, no instagramer, no youtuber, no usuario de la red social que se os ocurra. Puede serlo pero no es lo único ni suficiente. Ser influencer es algo más allá de moverse en internet con soltura y lanzando contenidos. Hacerlo de calidad y con aceptación por parte de otros usuarios hasta el punto de esperar sus aportaciones, tomar decisiones a partir de sus opiniones y llamar la atención por su forma original de irrumpir en la red.
Pero aún se suele utilizar con ligereza el término y se desconocen matices importantes, desde cualquier punto que lo abordemos (desde los propios prescriptores online, las empresas y marcas, el público en general…). Con la trayectoria que Influencity tiene en el ámbito del Marketing de Influencers, abordamos la cuestión con seriedad y con el firme propósito de seguir profundizando cada día en la construcción de esta nueva forma de hacer marketing y en perfilar la figura. Y nos disponemos a desmontar algunos mitos que nos hemos ido encontrando por el camino.
En EEUU la figura del influencer ya está arraigada, cierto. Pero no hay que dar la espalda a la realidad que se ha instalado en Europa desde hace ya algunos años y que está creciendo a pasos agigantados. En España es una realidad y ejemplo de ello es el surgimiento de empresas como Influencity, cuyo objetivo es poner en valor el trabajo y esfuerzo de líderes de opinión en las redes sociales. Y esto no surge por ciencia infusa o un ánimo de imitación occidental sin reflexión ni mercado donde actuar. Surge de un profundo análisis y un compromiso real con las personas. Os lo venimos diciendo e insistimos, ha llegado la era del influencer y en vuestra mano está formar parte del movimiento.
Puede que un blogger o un youtuber de éxito no se sienta influencer (por poner dos ejemplos y atendiendo al número de visitas o subscriptores). Esto puede deberse a varias razones, entre ellas a que no se identifique con una idea particular del concepto, que le dote inconscientemente de tintes peyorativos, que no reciba un feedback mayoritariamente positivo, por pura humildad…
Pero la esencia de todos estos plantemientos es equivocada. Alguien es influencers cuando su comunidad de seguidores lo designa como tal y esa denominación radica en la estima por los contenidos, su aceptación, su viralidad. Cuando la comunidad de seguidores, más o menos grande, sobre una u otra temática, es activa, comparte, comenta, pide, espera, compara, crea y se inspira a raíz de las propuestas de ‘ese alguien’, le está identificando como influencer. Guste o no el término, comprenda o no la magnitud del mismo.
Y no es fácil. Aportar, persistir, lidiar con comentarios a favor y contra, seguir innovando, mantenerse no es tarea fácil. Si alguien dice lo contrario, se equivoca y mucho. Y el tiempo nos dará la razón.
El número no es lo importante, sino la calidad de los contenidos y la de los miembros de cada comunidad que los secundan. En infinidad de ocasiones asistimos al crecimiento de las masas de followers en diversas redes de forma inusitada. Y detrás de muchos de esos nicks hay huevos, identidades falsas, cuentas fantasma (con o sin la intencionalidad del propietario del perfil aspirante a influencer).
Pero los índices de medición de popularidad en las redes sociales que existen calibran muchas más cuestiones que este aparente número que en ocasiones sorprende y abruma (falsamente). Miden interacciones (likes, favoritos, compartidos, retuits, reposts…) y alcance de las mismas (número de seguidores que tienen los usuarios que han compartido, favoriteado…), entre otras cuestiones que se convierten en otras tantas cifras. Así que tranquilidad, a César lo que es del César.
Esta es otra de las cuestiones por las que el nacimiento de Influencity y la pertenencia al movimiento tienen especial sentido en estos momentos. Estamos en pleno apogeo de las redes, pero que sus usuarios y que marcas, empresas y agencias dirijan su mirada hacia aquellos perfiles, canales, blogs… que tienen éxito en número de visitantes “porque sí” es un error.
No se trata de ir dando palos de ciego y llamando a puertas tras las cuales no está el público al que deben y quieren llegar. El marketing de influencers es una estrategia e Influencity una herramienta para que las firmas se hagan visibles allá donde desean estar. Pero un influencer es una persona con una trayectoria y reputación a las espaldas, con un público muy concreto, al que no se puede utilizar ni embelesar. Él sabe lo que hace y cuando mueve ficha, por qué.
Reducir el ruido que se produce en la incursión en las redes sociales, en la búsqueda de influencers por parte de las empresas y en la recepción de propuestas por parte de los prescriptores en internet, es parte de nuestro cometido. No hay tiempo que perder ni reputación que mancillar.
Si una persona comparte contenidos que no encajan con sus intereses reales o los de su comunidad de seguidores acabará perdiendo credibilidad ante ella. Esa es la clave, no importa si ha comprado en el mercado o le han regalado un bolso una determinada marca. La base es que de esa compra o de esa prueba de producto se desprende una opinión, una sugerencia, una imagen y los followers las asumen como válidas o no.
Si la persona detrás de un perfil de éxito abarca colaboraciones sin criterio y con una intención diferente a la que le llevó a un buen día crear un humilde blog o una simple cuenta en Instagram, por ejemplo, simplemente dejará de ser un reclamo. La falta de honestidad en cada caso se nota y las decisiones vinculadas a la personalidad o la esencia de uno mismo deben ser meditadas y tomadas a conciencia. En definitiva, así es la vida y no puede ser menos en la forma de desenvolverse en las redes.
A nosotros no nos gusta confiar en la suerte -ni en que acaso exista-. En Influencity nos esforzamos cada día con empeño para construir un camino por escribir todavía y para esas personas y clientes trabajamos. Aspirar a ser famoso no es malo, no es imposible tampoco alcanzarlo. Pero para ser influencer uno tiene que comenzar desde la base, desde la suya propia.
¿Sabes qué te gusta, en qué eres experto o en qué te gustaría serlo? ¿Estás poniendo los medios para lograrlo y darlo a conocer? ¿Creas contenidos de calidad y originales? ¿Admiras y sigues a otras personas a las que te gustaría parecerte? ¿Muestras tu mejor ‘yo’? Y con todo esto, ¿la gente te percibe, te valora, te sigue? Si la respuesta última es ‘no’ o ‘no tanto como te gustaría’ para comenzar a tener un peso, indaga, innova, observa cómo otros lo están haciendo. Y no copies, crea, da frescura. Si persistes y te lo tomas en serio, podrás ser un influencer. Con o sin marcas, con o sin fama.
No, para ser influencer no hay pagos que valgan. O lo logras o no, pero cualquiera puede alcanzarlo. Y una vez lo consigues puede que despiertes el interés de algunas marcas porque te consideren un referente en tu sector. Estas pueden ser de diversa índole (prueba de producto, experiencias, invitación a eventos, regalos… y también remuneración económica, sí). Pero un influencer no tiene por qué recibir propuestas de colaboraciones o negocio, ni tiene por qué aceptar contraprestación económica por participar en alguna campaña, etcétera.
Estamos en un momento de oportunidades y tenemos los medios al alcance para aprovecharlas.