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6 min read | julio 30, 2014

Leonardo Da Vinci, el Juan Palomo de la Historia

Leonardo Da Vinci, el Juan Palomo de la Historia

Leonardo di ser Piero da Vinci lo inventó todo. Bueno, quizá no, pero sí inventó tanto posible y tanto tanto imposible para su época, que bien merece ser reconocido como el paradigma del Renacimiento. Aunque más bien podríamos reconocerle el nacimiento de muchas cosas y, también, de no cosas. Dijo que “si es posible, debe hacerse reír hasta a los muertos” y, en ese afán, lo intentamos con él allá donde las estrellas a las que profesaba culto y respeto lo hayan colocado: le apodaremos hoy “el primer Juan Palomo”.

Pensaba, imaginaba y veía en lo invisible sin ni siquiera pretenderlo y para llegar a materializar cada visión, inventaba cuanto fuera necesario, aunque todavía el mundo no estuviera preparado. Así que se lo cocinó y se lo comió.

Curioso, inquieto, inconformista y visionario sin límites. Aunque no pudiera ser, aunque le dijeran que no, aunque fuera un loco y estuviera fuera de tono, de lugar y de tiempo, llegó para dejarnos locos y así continuamos. Todavía se está riendo de nosotros desde la comisura de los labios de su Mona Lisa, irrepetible, incomprensible, inconmensurable.

También lo probó y estudió todo: filosofía, anatomía, pintura, escultura, arquitectura, ingeniería civil, botánica, aritmética, óptica, a mujeres, a hombres, ciudades, religiones… Todo. Diseccionaba plantas, animales y personas. Dibujaba el exterior y el interior. Profesaba la religión mistérica del Mitraísmo.

Fue encarcelado por sodomita, víctima de envidias y persecuciones estratégicas de poder. Envidiado, amado, odiado, temido… Un asesor sin pretenderlo, en busca de canalizar toda su sapiencia hacia algún fin más allá del de la supervivencia, no por la contribución a la Humanidad que se quedaba y queda corta de miras a su lado. De hecho, más que dinero tuvo amigos fieles y asumió que “aquél que más posee, más miedo tiene de perderlo”.

Su miedo, por tanto, era no poder desarrollar lo que su mente creadora, creativa, misteriosa, hiperactiva, adorable, temible, incontrolable, irreverente… llena de contradicciones y coherencias, le imperaba. Era un líder de opinión y acción por encima de lo humano, atrapado en un universo limitado.

Entonces ya querían ser como él, desde los talleres de arte, los palacios, las bancas y el Vaticano. Y como no podían, todos le querían a su lado, para la guerra y para el arte, o fuera de juego, apresado o muerto. En la batalla que supuso su propia supervivencia inventó el primer aparato volador, el tornillo aéreo, el cañón de tres troneras, el paracaídas, un prototipo de tanque, un robot autómata (¡en 1405!), el vehículo autopropulsado, un puente plegable, el primer traje acuático, la viola organista, el anemómetro, el ornitóptero, mejoró la técnica del sfumatto…

¿Influencer? Se queda corto. Se dice que su abuela  -¡esas señoras que lo saben todo!-, que era ceramista, fue quien le inició en la explotación de sus capacidades artísticas.  Y pese a que su padre nunca le reconoció como hijo legítimo, nacido de una mujer con la que no se casó, le permitió formarse con Andrea del Verrocchio. El principio de su explosión.

Por innovar, no se le resistió ni el selfie, aportando uno de los primeros autorretratos de la historia entre sus cuadernos de trazos, diseños e ideas.

“Los hombres geniales empiezan grandes obras, los hombres trabajadores las terminan”, escribió. Está claro, ¿no? Él hizo su parte. Trabajemos nosotros. Ser influencer a la sombra de Leonardo es acabar lo que empezamos, perseverar en nuestras pasiones, aportar sin esperar, aplicar inteligencia, talento y constancia. Da Vinci no tenía ni 140 caracteres y conquistó la Historia. ¿A qué aspiráis vosotros?

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