Los agoreros dijeron que en las redes no habría emociones, que los impactos de los mensajes del tú a tú se perderían, que deshumanizarían y dejaríamos de entendernos. Como sin ellas el mundo antes se hubiera entendido, hubiera sido humano y el lenguaje corporal y sutil nos hubiera salvado de episodios negros.
Agoreros sigue habiendo y razones para alarmarse, también. No hace falta más que darse un paseo cada hora por el listado de trending topic, por ejemplo. Pero tras alguna que otra década desde aquellos primeros chats por los que todos hemos pasado y que levantaron todo tipo de miedos, problemas y parejas, ¿de verdad que no hay emoción allí donde compartís información, no os llega a impactar 140 carecteres, no os cae mejor alguien a quien leéis o veis en la distancia que a alguna de las personas que tenéis que soportar a diario? ¿de verdad nos hemos cargado la comunicación no verbal?
Tradicionalmente hemos estudiado que la comunicación verbal supone el 7% del conjunto. Un 38% es vocal, es decir, la relacionada con la entonación. Y ahí va lo gordo: el 55% restante corresponde al lenguaje corporal, al que tiene que ver con los gestos, la mirada, el movimiento de manos, hombros, músculos faciales, extremidades, posturas… Con todo, nos jugamos el 65% de lo que ocurre en una conversación en persona en la comunicación no verbal. ¿Cómo competir con esto en las redes? Pues asumiendo que esta lectura es válida para un modo clásico de relación no reñido con otro, que no sólo existe, convive con fuerza en un plano desconocido antes.
Tampoco esta lectura objetiva de las relaciones interpersonales contaba con muchos otros factores que también se daban antes de que Internet siquiera existiera. Por ejemplo, influía más que hoy si cabe la fama que precede a alguien, el sexappeal que tenga para cada quien, la vestimenta que lleve, el clima que haga, si los interlocutores comparten aficiones e ideas, olores, sabores…
Hoy, al menos, podemos deducir por sus palabras, fotos, vídeos, presencia en según qué redes, actividad y participación, número de seguidores, críticas recibidas, reacciones a comentarios etcétera cómo puede ser alguien. Y, lo mejor, es que puede que no nos interese más que en el plano virtual, de cómo se desenvuelva en ese plano exclusivamente, en ese espacio concreto sin más pretensiones. Incluso hay quien desea desarrollar un alterego en la red sin ser identificado con su yo en la calle. El conjunto de lo que compartes, cómo lo compartes , por qué lo haces y cómo se percibe es el grueso de la reputación online. Y el grado de coherencia entre lo que se hace con lo que se pretende es lo que convierte a alguien en un influencer.
En cierto modo en la red nos movemos en planos parciales. ¿Cómo era eso? “Nadie es tan guapo como en la foto de su perfil de Facebook ni tan feo como en la de su DNI”. Pero tampoco su vida es tan alucinante como en sus estados o tan feliz en pareja como en sus fotos o tan viajero como indican sus check-in o tan ingenioso como en sus tuits. ¡La modernidad no está tan reñida con lo “malo conocido”!
Y el refranero sigue tan vigente a la fresca sentados en sillas de mimbre en un pueblo recóndito de La Mancha que moviéndose por Internet: “Dime de qué presumes y te diré de lo que careces”, “para presumir hay que sufrir”, “eres dueño de tus silencios y esclavo de tus palabras”, “cría cuervos y te sacarán los ojos”, “a quien quiera saber, mentiras con él”… ¿Seguimos? ¿A quién no le resultan adecuados?
Es verdad que a priori ingresando en una red social no hay tú a tú. No es que se pierda, es que se supera. Ya no hablamos con alguien, hablamos para el mundo. Y sí, podemos decir muchas tonterías, malinterpretar a alguien o utilizar el lenguaje de manera estúpida e interesada. Y puede que no nos interese lo que la gran mayoría de personas cuentan o muestran o que nosotros mismos no fuéramos seguidores de lo que ofrecemos pero -más refranero- “para gustos, colores”. Comunicación no verbal también es espontaneidad y, aunque podemos y debemos medir nuestros mensajes (sean palabras o imágenes) en la red, no deberíamos hacerlo menos cara a cara. Hablamos de respeto y de libertad en cualquier caso.
Llamar “amigos” o “fans” a los contactos de Facebook o “followers” a quienes apretaron un botón azul en Twitter no es realista ni, podríamos decir, sano. Creerse a pies juntillas esas expresiones sería demencial. A veces hay quien las cree y se endiosa o enloquece, pero los casos contados no pueden servir para generalizar. No todos somos Roberto Carlos -y su “Yo quiero un millón de amigos”, Justin Bieber -y sus ejércitos de fanáticos a cuestas- o el Flautista de Amelín.
Y desvirtualizar a alguien al que vienes siguiendo es casi como una cita a ciegas. De quien crees saber, de quien esperas ver, con quien quieres compartir de otro modo. Y, de pronto, en un evento o encuentro todo puede llegar a desplomarse, a desinflarse como un suflé. O, por el contrario, se convierte en una relación personal diferente donde el cara a cara es un complemento más. Hay amistades en la vida menos próximas que un contacto online pero no hay por qué creer que la virtualidad es nociva o debe transformarse en otra cosa. Es lo que es.
En resumen:
-Hay infinidad de aplicaciones y maneras para completar nuestra imagen online, no sólo de palabras se vive.
–Cómo se escribe y qué se calla. Es básico saber leer entre líneas pero hasta dónde llegue en el análisis el interlocutor también importa.
-Retuitear, compartir, comentar, citar… Son maneras de apoyar o denunciar y posicionarte ante la comunidad y el mundo
–140 carateres pueden emocionar. Pueden hacerte daño, reír, llorar o escandalizar.
–Las redes sociales no suplantan una relación personal. Puede que se mantengan en ese único plano y sea exactamente lo que se pretende.
–Desvirtualizar a alguien se parece a una cita a ciegas. Sus consecuencias, también se parecen a las de una de ellas.
–Se pueden y deben medir las palabras en persona y tras una pantalla por puro respeto. Pero la intencionalidad es algo asociado a los fines a conseguir.
–El anonimato no tiene por qué ser dañino. Tampoco valiente. Simplemente es, si quieres lo usas, lo desoyes o lo secundas. No hay más.
–Detrás de las redes hay personas, para bien y para mal, como en la calle.
-La reputación online de un influencer se mide según el grado de coherencia de lo que se hace, dice y muestra y lo que se pretende.