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8 min read | diciembre 4, 2014

Flipando con Mary Poppins

Flipando con Mary Poppins

Por muchos años que pasen Mary Poppins genera una extraña mezcla entre pavor y dulzura para las generaciones que crecimos con ella. Una mujer que aparece no se sabe de dónde pero sí como, volando aferrada a un paraguas con mango en forma de cabeza de pájaro que habla y un maxi bolso con la capacidad del océano. Una especie de institutriz, joven, bella y un poco tocada del ala viendo su forma de actuar, como si fu forma de entender la vida -extraterrestre para una sociedad tradicional y cerrada de mollera- fuera normal. Y ahí está el kit de la cuestión: una de las enseñanzas de Mary Poppins radica en que mientras uno crea en lo que hace y viva su forma de ser y hacer como natural, no hay mundo ajeno y externo que pueda contrariarle. 

Con Mary Poppins aprendimos a andar con la espalda erguida, a pedir por favor y dar las gracias, a que lo aburrido puede ser interesante y las obligaciones, divertidas. Y comenzamos a apostar por ese concepto desconocido para un niño: actitud ante la vida. Con actitud todo es posible. Podemos pasar los tragos más amargos con una sonrisa -“con un poco de azúcar esas píldoras que os dan pasarán mejor”-.

Los pájaros y el clima pueden jugar en nuestro bando, para cantar al son de nuestros pensamientos o ambientar nuestros estados de ánimo. Podemos recoger la habitación rápido y con coherencia -y quien dice habitación dice poner en orden nuestra cabeza o nuestras vidas-; solo hay que saber dónde queremos colocar cada cosa -y a cada quién-.

Alucinados con Mary Poppins.
Flipando con Mary Poppins.

Pero también aprendimos que los adultos no son los malos, solo olvidaron ser niños. Que los padres no son solo exigentes con sus hijos, que también lo son con ellos. Y que no lo saben todo, es que también tienen miedo. Aprendimos que los tópicos existen porque las sociedades los alimentan y que mamá es cariñosa y papá es trabajador, pero también que el trabajo de mamá es duro haga lo que haga y que papá también necesita mimos.

Vimos cómo los hermanos que pelean son los mejores aliados, que hay que respetar a los mayores y que de nada sirve decir mentiras, menos todavía cuando más creces. Comenzamos a relacionar el viento y la lluvia intempestiva con los momentos tristes y la noche con las decepciones. El son con los buenos ratos y el viento suave con las nueva oportunidades. Creímos poder volar y arreglar el mundo con un chasquido de dedos. De nuevo todo, absolutamente todo, es cuestión de actitud.

Y también nos dejamos envolver por la magia, por las tizas de colores que en el suelo fabrican mundos llenos de universos con amigos dispares que te esperan, te siguen y te quieren. ¿Os suena? ¿Pintar en lienzos en blanco, virtuales, únicos, propios, un mundo propio, lleno de los colores, las formas y el contenido que nos identifica? ¿Relacionarse con tantos tienen sentido y encajan en ese espacio, en esa brecha que hemos abierto a base de esfuerzo y disfrute? ¿Crear un lenguaje propio que hable de nosotros?

Mary Poppins encontraba en su bolso lo inimaginable, exactamente aquello que hacía falta -y algunas cosas que no hacían falta, también, la verdad-. Es decir, creaba sus propios recursos y compartía contenidos únicos, sorprendiendo a cuanto por su camino se cruzara. Y, lo mejor, sin pretenderlo apenas.

Pues todos tenemos tizas y bolsos, ilusiones y sueños, plataformas y redes, pasiones y aficiones, público y amigos. Todos somos un poco de Mary y un poco de Ppoppins. Y todos tenemos derecho y capacidad para contar en palabras y en números. Todos tenemos la perfecta medida de lo que podemos llegar a ser. Ser influencer es haberlo comprendido y darse la oportunidad de disfrutarlo.

Mary Poppins, prácticamente perfecta.
Mary Poppins, prácticamente perfecta.

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