Una de las formas más interesantes de conocer y aprender del mundo del influencer para quienes están -estamos- tan metidos en él es escuchar a los recién llegados o, incluso, a quienes están alejados. Es como abrir los ojos, poner los pies en tierra, conocer desde todas sus perspectivas y aristas un universo que, aunque creías controlado, tiene mucho por darte todavía.
Nos ha llegado una propuesta original y diferente a lo que acostumbramos a escribir en este blog y la hemos cazado como un tesoro. Es esta “mirada de un dummie” y no uno cualquiera, la de uno de los recién incorporados al equipo de Influencity y ya una pieza clave más en nuestro camino. Os presentamos a Rafa, programador, y a su curiosa visión del aterrizaje entre nosotros, sin cortapisas:
Hola a todos. Soy Rafa y no me conoce ¡nadie! Así es, a pesar de estar escribiendo en este blog, yo no soy popular. En mi día a día, soy de los que les toca hacer cola, de los que no están en las listas… A mí las marcas me cobran, no me regalan productos ni me invitan a eventos. Y, por supuesto, las zonas VIP las miro mientras espero para que me atiendan.
En mi vida online mis contactos se limitan a mis contactos en la vida real. ¡Vamos, que no paso de un par de cientos en Facebook, un centenar en LinkedIn y unas cuantas decenas en Twitter! Y si me apuras, me cabrían todos en un cumpleaños, ¡uno muy épico, eso sí!
Siempre he creído en el valor de una buena red de contactos, como se suele decir: “Amigos pocos pero conocidos ¡hasta en el infierno!”. Y con el mismo convencimiento he menospreciado el valor de la popularidad. ¿De qué sirve que mucha gente te conozca? A ver, si te apellidas Darwin, Edison, Shakespeare o Cervantes es diferente, pero escribe “famoso olvidado” en el buscador de tu ordenador y ¡hazte a un lado, por si explota! La popularidad es efímera y yo no le veía utilidad. Como decía Tony Wilson: “A la última cena sólo fueron 12 y pasó a la Historia”. Y yo añado: “¡Y no la postearon en ningún muro!”
Pero como el destino es así de caprichoso, ahora me veo en medio de este mundillo y, francamente, no está nada mal. Es más, si tenéis algún conocido que se mueva en él, pedid que os lleve alguna vez a algún evento. Es una experiencia que recomiendo. Pero vamos por partes, lo laboral y lo muy laboral.
Y es que eso es lo primero en lo que me fijé: un influencer lo es 24/7. No importa si estás en horario laboral o si acabas de salir de la ducha, Twitter es un amante muy exigente. Si no estás cuando ocurre, sencillamente ¡no estás! ¿Cómo? ¿Que puedes publicarlo luego o mañana? ¡ESTÁS LOCO! Para entonces ya será un out-trending. ¿Quieres estar en la ola de los influ-setter o te piensas conformarte con ser un trending-copy? Tú verás… (Lo del diccionario es caso aparte, ya hablaremos de eso, pero ya os digo que a mí me mata).
A lo que iba, durante el horario laboral, una persona que se dedica a la comunicación en redes hace lo que los demás hacemos en nuestro tiempo libre, mira las redes, comparte cosas y sigue los links que llaman su atención. Si pasas cerca de su mesa, parece que se estén tomando un descanso en medio de la jornada. Pero si te paras a mirar, ¡por Dios bendito! La velocidad a la que se mueven por la red dejaría atrás a mi admirado Lucky Luke; la minuciosidad con la despedazan cada palabra de un post o titular dejaría a Jack el destripador a la altura de un carnicero malo; y qué decir de esos programas que les muestran todas sus cuentas en una sola pantalla, permitiéndoles dar rienda suelta a esa capacidad de leer varios muros a la vez, ¡rollo Matrix total!
Pero espera, se acaba la jornada laboral y se van a tomar una caña, como todo hijo de vecino, y sigue la tarea: check-in del lugar donde está, foto de lo que ha pedido (y no es el Bulli, es sólo una hamburguesería…) y miradas continuamente a sus notificaciones. Al principio me parecía que rozaba la falta de respeto, ahora ya me doy cuenta de que es parte de su trabajo y, ¡oye, el que algo quiere algo le cuesta! Pero no acaba ahí, llega el fin de semana y salen de fiesta a ese pedazo de evento al que la marca de turno le ha invitado y tienes la suerte de que te pide que le acompañes, ¡por ti ¡genial! Piensas que por fin podrás saber qué es eso de ser parte del grupo VIP aunque en realidad tú no lo seas.
Pues ahí sigue el trabajo: fotos, comentarios, menciones… ¡No paran! Ellos no están de fiesta y para que la rueda siga girando han de cumplir con su parte. Todo es sutil y agradable, nadie está obligado a nada, pero cada uno conoce su papel y ha de cumplir con él, tanto la marca, el anfitrión, el relaciones y, por supuesto, el influencer. Por suerte para ti, tú no eres ninguno de ellos, así que eres el único que puede permitirse el placer de disfrutar de la noche sin preocuparse de nada, ¡no lo desaproveches!
¿Qué opinas?