Decir que el caso de Art Thompson es un caso de éxito se queda muy pero que muy corto. Es el gran ideólogo del salto desde la estratosfera de Felix Baumgartner con la firma Red Bull a cuestas. El intrépido saltador pasó a la posteridad como el hombre que saltó desde 38.969,4 metros de altura y rompiendo la velocidad del sonido en caída libre sin protección ni propulsión.
Sí, Pero Thompson se lleva a casa haber sido el tipo que consiguió convencer a Red Bull y a un equipo humano impresionante de esta hazaña, con un despliegue de medios y una inversión económica también estratosférica. Una auténtica locura que no quiso aliarse con el fracaso de la manera que solo lo hacen los récords loables: ocho son los que se batieron exactamente.
Fue el 14 de octubre de 2012 y entre sus logros también está el de dejar a medio mundo con el corazón helado.
Su pasión por la aviación y las aeronaves no tiene límite. Ha logrado su sueño, ha tocado cielo y ha hecho que todos lo toquemos con él, soñando que lo imposible es posible y que las locuras, por mucho que tantos y tantos nos insistan en dejar de lado, a veces tienen sentido y resultados admirables.
Art Thompson es uno de esos ejemplos que nos quedan lejísimos, especialmente si arrancamos un blog sobre una temática completamente diferente en una pequeña ciudad en Europa. Pero se trata de una historia de superación, de un niño que soñó con las estrellas y una dedicación absoluta por averiguar cómo poder llegar a ellas, aun no siendo más que un protagonista secundario a los ojos del mundo y sea cual sea el tamaño de ese mundo.