No ocurre con todas las marcas, con todos los influencers ni mucho menos siempre. Pero el caso es que ocurre: hay marcas que en algunas de sus acciones meten la pata a la hora de poner en práctica sus pretensiones y enfocar su mensaje a los prescriptores que les interesaría.
Aunque cada vez más marcas, agencias y empresas fijan su mirada en personas con alta reputación on line, todavía las hay que no lo contemplan como opción, que no entienden el interés o el impacto que puede repercutir sobre su imagen social y comercial.
O bien, si cuentan con ellos, no les proponen condiciones interesantes: el producto no se adecua al perfil del influencer, el estilo de la marca no casa con el prescriptor, la oferta de producto o servicio es insuficiente al trabajo que entraña un post, por ejemplo,…
Una marca no puede pretender que los resultados a los que aspira en caja dependan de la acción en la red de un influencer. Acceder a un influencer, contactar con él y darle a conocer un producto o servicio debe ser un fin en sí mismo. Las empresas deben hablarles como si al cliente final lo hicieran y en la medida en que el influencer se sienta cómodo, indentificado y satisfecho con la experiencia podrá expresarlo. La aceptación y receptividad es incontrolable.
Además, es básico creer en el producto. Si una marca quiere que un influencer le otorgue por él la calidad está equivocado. El líder de opinión en la red puede ser como un valor añadido, un voto de calidad, una opinión acreditada.
En las ocasiones que las marcas solo acuden a la luz de los números pretenden entregar sus productos y que se habla de ellas. Y encima bien. Pero dejan de lado todo ese estudio y análisis imprescindible de preguntarse a quién y por qué. No podemos dirigirnos a un blogger de belleza si nosotros vendemos tornillos. Y si le encontráramos remotamente una relación, debe estar bien justificada. Dar por dar es absurdo. Hay que buscar entendidos de tus productos, de tu sector, para que puedan hablar con propiedad y juntos podáis ofrecer un servicio mutuo. En definitiva el trasfondo es dar a conocer nuestra firma, sí, pero también difundir que nuestros productos son los mejores y las experiencias que facilitemos deben ser reales y con sentido común.
El esfuerzo de un influencer es alto. No es fácil llegar a hacer lo que hace ni tener la repercusión que tiene. Y eso se debe al trabajo constante mostrando al mundo una visión propia. Si una marca se acerca a él debe de valorar el tiempo que va a dedicarle, el espacio en su redes sociales de éxito que va a darle y el contenido de calidad que va a ofrecer.
Está claro. Cuando algo funciona, ¿por qué cambiarlo? Pues por una simple razón: la red está viva, todos los días crece, todos los días se transforma. El trabajo duro hace que los influencers tengan una reputación y que followers los valoren y marcas los requieran. Pero acudir siempre a los mismos hace perder credibilidad a todos. O bien fichas como imagen o columnista o blogger de cabecera a alguien porque lo quieres en tu plantilla o contacta con nueva gente.
No se trata de premiar o castigar, sino en diversificar, llegar a más público y dar más voz a personas que están creciendo y lo están intentando. Todos, marcas e influencers, deben esmerarse por mantenerse en lo alto y parte de ello es tener oportunidades y ganárselas.
Como ya hicimos en un post anterior, repetimos el guiño: no estar en Influencity es una de las trabas en este idilio.