Son muchos, muchísimos los términos que en verdad han cambiado. No todos recogidos por la Real Academia de la Lengua todavía, pero sí en la calle y en la red, así que solo es cuestión de tiempo. El hombre es un ser social, comunicador. Por eso las palabras son básicas para su supervivencia, a la par que sus silencios, la comunicación no verbal.
No hablamos de palabras nuevas o importaciones de conceptos no existentes antes de la revolución digital, fruto de inventos más allá de nuestras fronteras. Hablamos de conceptos de toda la vida que adquieren nuevas acepciones o más aristas nunca antes sospechadas. Nos hemos parado a reflexionar sobre el lenguaje y cómo asumimos con naturalidad la creación de jergas nuevas haciendo uso de palabras antiguas. Dice mucho de esta sociedad, de esta generación. Ha ocurrido siempre pero el contexto es nuevo y vamos sumando. ¿Desvirtualización inevitable o enriquecimiento de la lengua? Puede que todo, puede que nada.
Postura, rasgos, rayas, adorno, figura, barra… Ni rastro del espacio online que recoge datos personales (reales o no) de los usuarios de las redes sociales. Esa carta de presentación que cada quien diseña a su imagen y semejanza con la finalidad de darse a conocer o permitirse interactuar con el mundo, conocidos y/o desconocidos. Surge pues la información del perfil, la foto de perfil, el muro del perfil, la cabecera de un perfil y un largo larguísimo etcétera de perfil.
Afecto personal desinteresado. Afinidad. ¡Qué risa! En las redes sociales nos salen amigos por todas partes. Bien, hay redes en que les llamamos seguidores, followers, fans… Pero en otras, de forma muy valiente, “amigos”. Amigos con los que no hace falta tener afinidad ni por los que tener afecto y mucho menos desinteresado. Puede ser interés burdo por algún tipo de beneficio personal o por interés sincero a propósito de las aportaciones que alguien ofrece con sus contenidos. En cualquier caso, in-te-rés. Adiós al simple concepto clásico.
Estimado con preferencia. Y si se refiere a una persona, animal o entidad, aquél con mayor probabilidad de ganar en una competición. Pues gracias a Twitter es una simple manera de apoyar un comentario pero ni incluso eso… A veces simplemente es una opción entre cuatro posibles de interactuar en la red social: puedes crear/contestar un tuit, retuitearlo, citarlo o señalarlo como fav. E incluso en ocasiones se sugiere la opción para realizar una especie de encuestas improvisadas para valorar la tendencia “a favor” de una u otra cuestión (ejemplo, RT si quieres X; FAV si quieres Y).
Red social y privacidad. Un contrasentido perpetuo. En primer lugar porque la información que vuelcas, subes o compartes deja de pertenecerte (en una u otra medida según en qué red, es cierto). Y ahondando en la cuestión, en aquellos perfiles que abrimos para exponernos al mundo existe la posibilidad de limitar la visibilidad. La información que compartimos en forma de conversación en un chat y los archivos que intercambiamos con otra persona a través de las redes, aun de forma “íntima”, aparentemente oculta al mundo, a todo esto lo llamamos pri-va-ci-dad.
Pues la RAE sigue diciendo que privacidad es “ámbito de la vida privada que se tiene derecho a proteger de cualquier intromisión”. Ejem… Dejemos a los expertos en leyes el tema que bastante tienen con cada nueva experiencia, casi a diario, que rebate esta definición y a las que hay que buscar soluciones nunca planteadas.
El Big Data nos recuerda que no existe el olvido. En forma de números y letras en un espacio intangible se graba a fuego cada cosa que hacemos, decimos, movemos, enviamos. La desaparición de nuestros logros o errores ya no dependen de la mente y la conciencia, dependen de archivos informáticos.
Cesación de la memoria y el recuerdo que se tenía, dice la RAE. Derecho al olvido es el concepto que hemos tenido que inventarnos para luchar contra compañías y personas que rescatan del limbo aquello que no queremos mostrar o queremos que deje de existir.
Pared o tapia. También muralla. Pero no, es nuestro espacio en Facebook, timeline en general, donde contamos, compartimos y contamos. Lejos de suponer una frontera que separa, aleja o protege es un tapiz en blanco, una libreta, una pizarra para el encuentro, la conexión y la vulnerabilidad. Cuanto menos, para meditar…
Las emociones son inherentes al hombre, alteraciones del ánimo o interés expectante. Son sensaciones que recorren el cuerpo, agradables o desagradables, que dan pie a las lágrimas y a nudos de garganta y estómago. Pero cuando estás lejos o no se te ve o no conoces al interlocutor, allí donde las palabras faltan o sobran, las aplicaciones móviles y las redes sociales nos brindan la oportunidad de expresarnos a través de imágenes con las que todos, curiosamente, nos sentimos identificados: los emoticonos. Quizá no sabemos enseñar los dientes alineados de ese modo, entreabrir los ojos, torcer la boca o fruncir el ceños, sonrojarnos con un guiño o lanzar besos de amor o simplemente besos… Pero la cuestión es expresar lo que no tiene nombre y percibir lo que no nos dicen. La libre interpretación de la intensidad ya es otra larga historia.
Chismorrear. ¡Vamos, hablar de lo que no te importa de toda la vida! ¡Pero cuánto nos divierte! Las redes sociales propician cosas como esta pero llegamos a un extremo de difusión y alcance incalculable, multiplicando por millones los dimes y diretes de un pueblo. En las redes, las calles y esquinas de cualquier aldea son autopistas de caracteres que corren como la pólvora.
Desde el simple e inocente comentario hasta buscarle la vuelta a alguien con total intención maliciosa. Y las redes y aplicaciones se limpian las manos, libres de culpa: el uso y el fin de cada persona es responsabilidad de la misma. Y a partir de ahí, trols, stalkers, ex despechados, compañeros envidiosos… tienen inmenso campo de acción.
Repartir, dividir en partes. Participar en algo. Ahora compartir es subir información, hacernnos eco de los contenidos mostrados por otros en sus perfiles, muros y redes, de forma pública o privada. ¿Dividir? Multiplicar.
Falta de fidelidad, de lealtad, de fe. Está bien, en este caso no pretendemos abordar la palabra en este sentido estricto, sino más bien en las peripecias que han permitido las redes sociales y las nuevas tecnologías. Cómo la era digital propicia y da lugar a diversificar en técnicas para conocer a personas fuera de las parejas. Pero también, infinidad de estrategias para desarrollar celos y suspicacias.
Las palabras son poderosas. Los conceptos varían. Los significados condicionan. Los usuarios son poderosos, varían y condicionan.